domingo, 9 de diciembre de 2007

Siempre vas a ser un gordo sindical, Ignacio

y por eso te quiero.

Porque tu peronismo aparece enseguida
ante la oportunidad más mínima
para probar tu probidad al partido y al General.

Te quiero, sobre todo, porque seguís
siendo el brazo organizado del movimiento
y no te preocupa la posibilidad
de un desborde de las bases
capaz de batir tu conducción.

Cuando nos acostamos, te quiero,
porque parecés
una bomba hidráulica
cuando me mordés ligeramente
con tu dentadura despareja con
tus movimientos regulares
y tatuás a traición alguna talla
como el engranaje de un torno.

Pero así y todo, Ignacio, entendéme:
me asusta tu programa de mínima; me
da pánico esa fuerza de lo espontáneo
que anida en el gremio y está latente
en cada proclama, comunicado, paritaria o conflicto salarial.

Esa misma fuerza que me revela
de que manera y hasta que punto
mi umbral de dolor entero
es mucho menor que el tuyo
y como , aunque quisiera, no puedo
soportar esos mordiscos en mi cuerpo.
Porque no soy una fruta o un hueso
de asado hueco o una golosina
que se deje a tu mordisqueo.

No soy como vos, o quizás si
solo que más tiernita,
más cerca de flores rojas
que de una guardia de hierro.






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