No se vaya a creer, chamigo,
que mi temblor es debido
al pavor que puede provocar
la venida de la montada o
a nuestro estilo
de vida salvaje.
Por algo soy el gaucho malo,
porque no me tiembla el pulso
en el momento de rumbear mis fletes
hacia los pagos de una estancia
rebosante de ganado y ganacia para
enterrarle, sin más, al patrón un puntazo
de manera similar a la forma en que hay
que enterrar una bombilla en la yerba seca.
Y salir cabalgando después
en pelo a una yegua arisca
con el lomo ondulante parecido
a las chinas de Resistencia
y las crines largas como una noche de invierno.
No, no se confunda compañero,
es solamente el frío
del monte en tinieblas
lo que me hace sacudir el cuerpo.
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