Una vez, un historiador amigo (mi maestro, para decirlo con todas las letras) me dijo, discutiendo sobre como había que organizar un centro de investigaciones: “Cuando se mete la relación salarial en el medio, todo se hace una mierda”.
A mí siempre me pareció una exageración. Sin embargo, tuve la oportunidad de comprobarlo con un “contra experimento”. En mi laburo (el que es mi laburo hasta dentro de unos días), además del personal que trabaja en planta (o algo así), suelen ir y venir grandes contingentes de personas que están contratadas por “proyecto”, es decir, por períodos cortos. Los famosos "contratados" del sector productivo nacional. Sí, algo así como una masa de trabajadores "fluctuante". Una "infantería ligera".
Bueno, la cuestión es que empezó a trabajar una chica (me abstengo de dar más datos en función de proteger el anonimato) bajo esta situación contractual. Y vaya a saber porqué, tuvimos bastante “mala” onda durante todo el proyecto por el que ella fue contratada. Hay que decirlo y ser sincero: yo era algo así como su “jefe”, “superior” o coordinador, o como quieran llamarlo. La cosa es que era una situación asimétrica. Así es que nos puteábamos por lo bajo (y a veces no tan bajo) cuando nos veíamos; y cuando no, nos tirábamos mierda mutuamente con terceros. Todo el que haya trabajado en una oficina sabe como funcionan las relaciones interpersonales: el rumor, el puterío, las puteadas, las puñaladas por la espalda… todo eso que hace que las oficinas sean tan divertidas.
En fin, terminó el proyecto. Ella facturó y durante todo enero no la ví. Vino hace unos días a cobrar... Y éramos dos personas distintas. Charlamos media hora, nos contamos mutuamente sobre las respectivas vacaciones… es más, terminamos y nos fuimos a tomar una cerveza para seguir charlando. ¿Qué es lo que cambió? ¿Qué volvimos de las vacaciones fresquitos? Puede ser. Pero además, entre nosotros no mediaba una relación salarial.